viernes, 19 de septiembre de 2014

Mi amigo, el magistrado Ciprian

Por Claudio A. Caamaño Vélez

Tan pronto conocí al magistrado Rafael Ciprian identifiqué en él un ser humano noble. El primer día que estreché su mano no conocía aún su honrosa trayectoria, pero la sola energía que emana de él me permitió identificar su naturaleza.
Como amigo siempre me ha dado valiosos consejos de vida. Como juez, cuando he tenido la razón me la ha dado, cuando no la he tenido me la ha negado. Puedo dar testimonio que es un hombre honesto y un juzgador pulcro.
Al enterarme de la noticia de su arbitrario traslado me indigné profundamente, pero debo confesar que no me sorprendió la noticia: este sistema no soporta a los hombres honestos.
Los fallos más honorables de los últimos tiempos han provenido de la sala que integra el magistrado Rafael Ciprian. Quien junto al magistrado Federico Fernández (presidente) y la bella magistrada Mildred Hernández, desde la Segunda Sala del Tribunal Superior Administrativo, han tenido la gallardía de poner un freno al uso abusivo del poder.
 Estos magistrados, tal vez por primera vez, llevaron a la práctica el ideal del Estado de Derecho en el que supuestamente vivimos. Son dignos intérpretes de la Constitución y las leyes. Nos dieron la esperanza de que podemos tener un país en el que gobiernen las leyes, y no los hombres.
El magistrado Ciprian ha sido objeto de un ostracismo, ese que desde los tiempos de la Atenas de Temístocles se les aplica a los hombres que son superiores a aquellos que detentan el poder. Los hombres pobres de espíritu no soportan ver la nobleza de los demás, y los castigan por ser lo que ellos nunca serán.
Este sistema corrupto y perverso es intolerable con los que pretenden proteger los derechos de la mayoría. En este sentido, es entendible lo que le han hecho a mi admirado amigo, pero no hay duda de que también es intolerable quedarnos cayados.
Algún día, espero que pronto, nuestro país pondrá el poder en manos de hombres buenos. Hasta tanto nos toca resistir con dignidad las agresiones de los perversos.


C.C