Por Claudio A. Caamaño
Vélez
Tan pronto conocí al magistrado
Rafael Ciprian identifiqué en él un ser humano noble. El primer día que
estreché su mano no conocía aún su honrosa trayectoria, pero la sola energía
que emana de él me permitió identificar su naturaleza.
Como amigo siempre me ha dado
valiosos consejos de vida. Como juez, cuando he tenido la razón me la ha dado,
cuando no la he tenido me la ha negado. Puedo dar testimonio que es un hombre
honesto y un juzgador pulcro.
Al enterarme de la noticia de su arbitrario
traslado me indigné profundamente, pero debo confesar que no me sorprendió la
noticia: este sistema no soporta a los hombres honestos.
Los fallos más honorables de los
últimos tiempos han provenido de la sala que integra el magistrado Rafael
Ciprian. Quien junto al magistrado Federico Fernández (presidente) y la bella
magistrada Mildred Hernández, desde la Segunda Sala del Tribunal Superior
Administrativo, han tenido la gallardía de poner un freno al uso abusivo del
poder.
Estos magistrados, tal vez por primera vez,
llevaron a la práctica el ideal del Estado de Derecho en el que supuestamente
vivimos. Son dignos intérpretes de la Constitución y las leyes. Nos dieron la
esperanza de que podemos tener un país en el que gobiernen las leyes, y no los
hombres.
El magistrado Ciprian ha sido objeto
de un ostracismo, ese que desde los tiempos de la Atenas de Temístocles se les
aplica a los hombres que son superiores a aquellos que detentan el poder. Los
hombres pobres de espíritu no soportan ver la nobleza de los demás, y los
castigan por ser lo que ellos nunca serán.
Este sistema corrupto y perverso es
intolerable con los que pretenden proteger los derechos de la mayoría. En este
sentido, es entendible lo que le han hecho a mi admirado amigo, pero no hay
duda de que también es intolerable quedarnos cayados.
Algún día, espero que pronto, nuestro
país pondrá el poder en manos de hombres buenos. Hasta tanto nos toca resistir
con dignidad las agresiones de los perversos.
C.C
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