Por JUAN T H
Dicen que “en tiempos de guerra los
padres entierran a los hijos, y, que en tiempos de paz, los hijos entierran a
los padres”. Pero ocurre que en la República Dominicana, como si estuviéramos
en una guerra no declarada, los padres están enterrando a sus hijos.
Claudio Caamaño, figura legendaria
por sus luchas revolucionarias al lado de su pariente y amigo, el coronel ex
presidente Constitucional de la República, Francisco Alberto Caamaño Deñó,
asesinado y luego descuartizado y quemado por los esbirros de Joaquín Balaguer
y los Estados Unidos en el año 1973, perdió un hijo de manera trágica. Como
nadie quiere verlo: Bañado en su sangre, muerto, en un ataúd rodeado de coronas de flores
mientras el dolor le desgarra el alma. Y luego llevarlo al cementerio para el
último y definitivo adiós.
Nada es más absurdo que la muerte
inesperada y temprana de un hijo. ¡Nada! ¡Es tanto el amor que depositamos en
ellos que su muerte también nos mata! ¡Morimos con ellos!
Claudio Francisco Caamaño Vélez, de
26 años,amante de la paz y la justicia como buen hijo de su padre y de su
madre, recibió un balazo en la cabeza mientras celebraba junto a unos amigos
las fiestas patronalesde Pizarrete, Baní. Dos sicarios en una motocicleta llegaron
y sencillamente dispararon, sin ningún respeto ni amor por la vida.
Todo el pueblo de Pizarrete sabe los
nombres de los asesinos. Pero a casi tres años del hecho de sangre, la justicia
no ha castigado ejemplarmente a los culpables. La audiencia se aplaza una y
otra vez. 27 veces para ser exacto. Como una burla.
Cada visita al tribunal, con la
esperanza inútil de encontrar justicia, es una estocada vieja en el corazón que
se abre y sangra profusamente dejando que el dolor salga como el primer día cuando sus familiares
recibieron la infausta noticia: ¡Mataron a Claudio Francisco! Oh, no quiero
imaginar el rostro incrédulo y contraído de Claudio, el de su esposa Fabiola
Vélez y su hermano Claudio Antonio. Me pongo en su lugar y no puedo dejar de
llorar. No sé qué sería de mí sí me llamaran para decirme que unos desalmados
hijos de putas mataron vil y cobardemente a cualquiera de mis hijos. La verdad,
no lo sé, Claudio, no lo sé. Tal vez haría justicia con mis propias manos, dada
la incapacidad de la Policía, fiscales y jueces para aplicar la ley. (“Ojo por
ojo, diente por diente”)
Lo sucedido a Claudio Francisco
Caamaño Vélez le ha sucedido a muchos. En casi todos los casos no hay justicia.
Por ahí anda Francina Hungría, la joven ingeniera que unos desalmados le
dispararon en la cabeza dejándola casi muerta. Hoy no puede ver la luz del sol
ni el brillo de la luna y las estrellas, ni contemplar las olas del mar, ni los
árboles en otoño. Como Claudio Francisco y Francina muchos otros. Sandra Acta
no ha sido la misma desde aquel fatídico día en que se enteró de que su hijo
Jonathan Enrique Pou Acta fue arrollado y abandonado muerto por un vehículo en
la 27 de febrero. La justicia no hizo nada. Ella con su dolor de madre fue a
todas partes, investigó, suplicó, lloró mil veces. Y nadie le hizo caso. Seis
años después, gracias a su abnegación, el culpable terminó en la cárcel. Pero
no pagó su crimen.
Hablo de gente conocida, con influencia en los medios.
¿Qué será de los hijos de nadie? A esos los matan todos los días. Los
cementerios están poblados de hijos de nadie. Las cárceles están saturadas de
hijos de nadie. El crimen perpetrado contra el hijo de Claudio no es un hecho
aislado ni casual. Sucede todos los días en cualquier lugar. Se puede llamar
Claudio, Pedro, Jonathan, José, Juan, María, josefina, Judith, Sandra o Manuel.
La muerte asecha. Los padres tenemos miedo por nuestros hijos.
La inseguridad ciudadana y la falta
de justicia van de la mano. Los políticos hacen política con la seguridad de la
ciudadanía, hacen política con la muerte ajena. No es casual que a pesar de la
promesa del propio presidente de la República, Danilo Medina, no hay justicia
por la muerte de Claudio Francisco Caamaño Vélez. Un abrazo solidario para
Claudio, Fabiola, Claudio Antonio y demás parientes. Me uno con dolor a su
dolor. Y grito: ¡justicia para Claudio Francisco, coño!